miércoles, 12 de diciembre de 2012

Carta del doctor fray Servando Teresa de Mier al doctor Muñoz, sobre la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe.



San Pablo de Burgos, junio de 1797.

Muy señor mío:

Conforme el orden prefijado debía comenzar a probar que la pretendida tradición Guadalupana nació de las relaciones impresas; cuando recibí con sumo júbilo la disertación de vuestra señoría contra ella.

Le hace honor igualmente, y su introducción es digna del oro y del cedro.

Algunas friolerillas tendría que anotar para mayor exactitud, que por lo mismo que lo son remito a una nota.

Fuera del silencio universal que vuestra señoría debidamente pondera, el nervio de su disertación consiste en los documentos que alega.

Uno es de la historia universal de la Nueva España de fray Bernardino Sahagún, tres tomos folio, copia escrita a su juicio a vista del autor, que vuestra señoría, fue a sacar en persona con una orden real de la biblioteca de San Francisco de Tolosa en Guipúzcoa; (1) y el otro del informe que envió al rey el virrey don Martín Enríquez en 1575, que vuestra señoría copió de su correspondencia con el rey en el Real Archivo de Simancas, donde estuvo cinco años extractando y separando todo lo concerniente a Indias, cuya historia le mandó escribir Carlos III, y de que ya ha dado un tomo a luz.

Permítame vuestra señoría que los repita aquí para hacer mis observaciones.

El párrafo que vuestra señoría transcribe de Sahagún dice vuestra señoría que lo escribió en 1574, y lo ponía en limpio en 1575.

Hablando de los Dioses de los montes y sierras dice Sahagún:

“Cerca de los montes hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y venían a ellos de muy lejas tierras.

El uno de estos se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla, y ahora se llama Nuestra Señora de Guadalupe.

En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que la llamaban Tonantzin, quiere decir, nuestra madre.

Allí hacían muchos sacrificios a honra de esta Diosa, y venían a ellos de muy lejas tierras, de más de veinte leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas; venían hombres y mujeres, y mozos y mozas a estas fiestas; era grande el concurso de gentes estos días; y todos decían, vamos a la fiesta de Tonantzin.

Y ahora que esta allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores que a Nuestra Señora la Madre de Dios llaman Tonantzin.

De donde halla nacido esta fundación de esta Tonantzin, no se sabe de cierto.

Pero esto sabemos de cierto, que el vocablo significa de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua.

Y es cosa que se debía remediar, porque el propio nombre de la Madre de Dios, Señora Nuestra, no es Tonantzin sino Diosinantzin.

Parece esta invención satánica para paliar la idolatría debajo equivocación de este nombre Tonantzin.

Y vienen ahora a visitar esta Tonantzin de muy lejos, tan lejos como antes.

La cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas; y vienen de lejas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente.” 



 No hay duda en que un religioso tan instruido como Sahagún, no hubiera llamado sospechosa de idolatría la devoción y romería de los indios a Guadalupe, por no tener tanta con otras imágenes de Nuestra Señora cercanas a sus pueblos, si en la de Guadalupe hubiese mediado la razón de la aparición, y haber pedido allí templo la Virgen para mostrar en él su maternal protección.

Es una idolatría, dice el obispo Tostado, en su confesional, tener más devoción con unas imágenes que con otras, como que una tenga más virtud que otra, no teniendo todas alguna.

Pero no es ilícita la mayor devoción por respecto a algún misterio que represente la imagen; y cuando ha ocurrido en su santuario algún prodigio célebre, todos los cristianos acostumbran allí naturalmente a concurrir con más frecuencia.

En cuanto al nombre de la Madre de Nuestro Señor, quiere Sahagún se adopte su amalgama franciscano del Dios en español con el nana de los indios; que así como sus descendientes, llaman nanas a sus madres.

El tzin no es más que un término reverencial, de que usan igualmente los chinos, y se traduce por señor o señora, santa u otra palabra de estimación y respeto.

Él ciertamente no estaba en el nombre de tonantzin, sino en la sustitución de una imagen a quien tanto le conviniese el de Nuestra Señora y Madre.

Lo más raro es que también a la antigua imagen le llamaban los indios Teotinantzin o Tzenteotinantizin, que en buen mexicano significa la “Madre de Dios” y la “Madre del verdadero Dios”; sobre lo cual tendré mucho que decir en adelante. 


El argumento más decisivo es el del informe del virrey don Martín Enríquez.

Se ve por él que con los extremos de devoción que se hacían por aquel tiempo en Guadalupe, y la licencia que se pidió al rey para fundar allí parroquia y monasterio, entró su majestad en curiosidad; y en aquel tiempo en que querían saber cuánto pasaba en América, mandó al virrey se informase y le informase sobre el origen y progresos de la devoción Guadalupana.

Dicho virrey fue bueno para los indios, amigo de Sahagún, de quien consiguió el diccionario trilingüe para enviarlo a un cronista real, trataba mucho con Montúfar sucesor de Zumárraga, y en un tiempo tan inmediato y en que vivían los antiguos misioneros que pusieron la imagen en Tepeyacac, los informes no podían ser equivocados.

“Otra cédula de vuestra majestad recibí fecha en San Lorenzo el real a 15 de mayo de 1575, sobre lo que toca a la fundación de la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe y que procure con el arzobispo que la visite; visitarla y tomar las cuentas siempre se ha hecho por los prelados.

Y el principio que tuvo la fundación de la iglesia que ahora está hecha, lo que comúnmente se entiende es, que el año de 1555 o 56 estaba allí una ermita en la cual estaba la imagen que ahora esta en la iglesia, y que un ganadero que por allí andaba, publicó haber cobrado salud yendo a aquella ermita, y empezó a crecer la devoción de la gente. 
Y pusieron nombre a la imagen Nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de España.

Y allí se fundó una cofradía, en la cual dicen habrá cuatrocientos cofrades; y de las limosnas se labró la iglesia y el edificio todo que se ha hecho, y se ha comprado alguna renta.

Y lo que parece que ahora tiene, se saca de limosnas, envió allí sacado del libro de los mayordomos de las cuentas que se les tomaron: y la claridad que más se entendiere, se enviara a vuestra majestad.

Para asiento de monasterio no es lugar muy conveniente por razón del sitio, y hay tantos en la comarca, que no parece ser necesario; y menos fundar parroquia, como el prelado quería, ni para españoles ni para indios.

Yo he empezado a tratar con él, que allí bastaba que hubiese un clérigo que fuese de edad y hombre de buena vida, para que si alguna de las personas que allí van por devoción se quisiesen confesar, pudiesen hacerlo; y que las limosnas y lo demás que allí hubiese, se gastase con los pobres del hospital de indios, que es el que mayor necesidad tiene, y que por tener nombre de hospital real nadie se aplica a favorecerle y con un real, pareciéndoles que basta estar a cargo de vuestra majestad; y que si esto no le pareciere, se aplicase para casar huérfanas.

El arzobispo ha puesto ya dos clérigos; y si la renta creciese más, también querrán poner otro; por manera que todo vendrá a reducirse en que coman dos o tres clérigos.

Vuestra majestad mandara lo que fuere servido.”

A un documento coetáneo tan auténtico y de decisivo, no me parece que hay que replicar.

Si la tradición ha muerto, ha sido con todos lo sacramentos.

El pastorcillo de que habla el virrey, era el Juan Diego de la historia de Guadalupe, pues en 1531 no había indio con dos nombres.

Esa costumbre se introdujo años después, dice Torquemada, habiéndose observad la confusión que resultó de no haberles puesto más que un nombre a los principios, no teniendo apellidos con que contra distinguirse.

Aun en la historia Guadalupana se conservaron vestigios de la edad de Juan Diego y de la enfermedad que cuenta el virrey pues las primeras palabras que le dijo la Virgen, fueron estas.—

Hijo mío Juan Diego, a quien yo amo como a pequeñito y delicado ¿cómo estás?— palabras hiperbólicas, demasiado almibaradas e indecentes en la boca de la madre de Dios, hablando con un indio ya casado y en sana salud, como pintan a Juan Diego los autores Guadalupanos.

Era sin duda de Cuatitlán, así porque allá se conservaron más noticias, como porque un indio de más de cien años largos que fue testigo en las informaciones de 1666, y alcanzó de muchacho a ver la imagen en la ermita cuando se le estaba haciendo la iglesia que dice el virrey, cuenta que venían de su pueblo de Cuatitlan a trabajar por semanas los barrios; devoción que naturalmente provendría de ser connatural Juan Diego, pues dista de Guadalupe tres o cuatro leguas.

Otro testigo dice que estaba pintado al pié de un lienzo en el convento de Cuatitlán, aunque en su tiempo ya estaba borrada la figura.

Otro testigo, india de 80 años, dice que le oyó a su abuela que había oído la aparición de boca de Juan Diego.

Éste contaría que la imagen lo había sanado apareciéndosele, y de ahí vino la voz y la fama y los apuntitos citados, aunque no los creo tan antiguos, porque uno de ellos dice que en 1548 murió Juan Diego, lo cual no puede ser sino tomado de las relaciones impresas.

Harían también los indios sobre eso cantares, que era una de sus maneras de historia, o irían añadiendo como los poetas hacen en todo el mundo, y principalmente los indios, pues en Tezcuco había pena de muerte contra el historiador que mentía.

El código criminal de una nación es el registro de sus inclinaciones.

Los misioneros y los indios sabios y juiciosos no hicieron caso de la relación del muchacho, y de aquí su silencio; pero el vulgo credulísimo de los indios acostumbrado antes y después de la conquista a contar apariciones, creyó ésta; y así se encuentran en algunos testamentos de los indios de Cuatitlán algunas mandas con mención de la aparición en los dichos términos generales de los apuntes citados, señal de que no hubo ...

Y es de notar que todos son muy posteriores al año de 1556, en que la Virgen sanó a Juan Diego, y contemporáneos a la fecha con que habla el virrey, cuando el fervor de la devoción por el suceso estaba en su mayor calor Causa finita est: zctinam finiatur error.

Este mismo suceso es el primer hilo de la trama sobre que el indio don Valeriano tejió la comedia moderna de Guadalupe, como a su tiempo probaré. (2)

Sigo ahora a probar según mi antiguo plan, que la corriente tradición Guadalupana nació de los autores impresos, especialmente del primero, el presbítero Sánchez, que imprimió su relación en 1648.

Y desde luego lo haré con un testimonio perentorio.

Tal me parece el del licenciado Lazo capellán a la sazón de Guadalupe.

La obra de Sánchez fue remitida a su censura, y escribe felicitándolo de ser el más venturoso criollo por haber descubierto “la Eva que poseíamos en este paraíso de Guadalupe, sin que supiésemos nada ni yo ni todos mis antecesores los capellanes de la ermita”.

¿Y no había tradición Guadalupana antes de la obra de Sánchez en 1648, y nada se sabía en el santuario mismo, donde siempre por interés temporal espiritual se conservan aún las especies más remotas de los milagros que les conciernen? No había según eso ninguna fiesta con necesaria relación; papel, inscripción o memoria.

Nada sabía Lazo, ni todos sus antecesores los capellanes de la ermita, que comenzaron desde el sucesor de Zumárraga.

Y a fe que no era por falta de devoción ni celo.

Apenas oyó la primera noticia a Sánchez, que aunque éste no cita otro documento ni garante para tamaño prodigio, que los papeles de indio, sin más especificación, el capellán Lazo publicó la relación en lengua mexicana, a los seis meses después de Sánchez, para extenderla entre los indios; y acaloró de tal manera la devoción que a él se debe primariamente la magnificencia actual del santuario, y todo lo relativo.

En Florencia pueden verse sus elogios por esto.

Por la ignorancia que había testificado Lazo de la tradición tan poco antes, dudó Boturini que la relación que éste dio a luz, fuese suya, y más bien le parece que imprimió alguna relación más antigua de algún indio natural de Azcapotzalco (capital que fue del reino de los tepanecas), por lo mucho que refiere y supo de aquel reino.

Bartolache dice que una u otra prueba que apuntó en el catalogo de su biblioteca, no convence su sospecha.

Sin embargo, él también intenta probar que es más antigua la relación, que Lazo, por unas tres frasecitas de mexicana puro que nota en ella; como si aún hoy no se pudieran usar algunas frases del siglo de Augusto, cuya lengua no es viva como la mexicana.

Como él las alcanzó a saber, las podía saber Lazo, y haberlas aprendido de tantas obras manuscritos que hay de excelente mexicano, por ejemplo las de Chimalpain.

Yo no dudo, como he dicho en la nota, que es la misma relación original de la tradición guadalupana, porque haré ver que el autor de ésta fue don Antonio Valeriano, efectivamente natural de Azcapotzalco, como sospechó Boturini que lo era el autor de la relación de Lazo.

Y así como dice Becerra Tanco que según el manuscrito original antiguo, ya estaba la imagen pintada cuando se llevó al obispo, así Bartolache advierte que en la relación de Lazo se distingue claramente la manifestación de la imagen ante el obispo, de su aparición o pintura anterior.

Ya tenemos en el mismo año dos relaciones impresas, a saber el original mexicano de Valeriano y su traducción al castellano por Alba, ambos indios, una para correr entre españoles y otra entre indígenas.

¡Cuántas gentes hay en Europa misma que creen, como don Quijote que no puede ser falso lo que está impreso con licencia de su majestad y las demás aprobaciones! En América, donde se imprime tampoco, con tantas dificultades; para donde las leyes de indias prohibieron desde el principio se llevasen libros de historias profanas y fabulosas, efectivamente se oye lo impreso como un oráculo.

Considérese con qué aplauso no se recibirían cosas tan gloriosas al país como las de Guadalupe; como no comenzarían los predicadores autorizados con la aprobación del ordinario, y en tiempo de tan poca crítica, a pregonar y ponderar la aparición y todos sus lances.

Véngaseme ahora a decir que veinte años después se hizo sobre la aparición una información con dieciocho testigos de oídas, de los cuales los ocho, indios, no sabían leer.

Claro está que nació de la fama creada por los impresos, pues hemos visto que antes de ellos no se sabía ni en el santuario mismo.

Y es de notar que donde la primera relación tropezó, dieron de hocicos todos los testigos.

Por ejemplo; dijo Sánchez que el lienzo de la imagen, como que era la capa de un indio macehual, era de ixtle (ichtl), esto es, de hilo de maguey, y por consecuencia áspero, ralo y lleno de agujeros.

Todos los testigos aseguran lo mismo, aunque está demostrado hoy que es de hilo de la palma iczotl, tan suave cono el algodón, y muy fino, unido y bien tejido.

Dijo Sánchez que Zumárraga trasladó la imagen a los quince días de su aparición, de su catedral a la ermita de Guadalupe; y lo mismo afirmaron todos los testigos, aunque ya sabemos que no se trasladó hasta el año de 1533, estando el obispo Zumárraga en España.

Esto demuestra que todos habían bebido de una fuente.

Siguióse en el orden de los impresos el presbítero Becerra Tanco que presentó su historia en las informaciones del año de 1666 en calidad de su testimonio, y en efecto, se insertó en las actas enviadas a Roma.

Dice que ya la había escrito aunque con menos extensión, poco después de los primeros impresos, sino que un desafecto se la traspapeló; prueba que desde entonces ya tenía contrarios la tradición.

Su relación se reduce a la traducción literal del manuscrito antiguo mexicano, que así lo llama, siempre, porque seguramente debía de ignorar su autor; y a éste asegura que es necesario ceñirse y atenerse, sin hacer caso de lo que digan los indios; ya indignos de crédito, por haber faltado los hombres de cuenta que había entre ellos, y no saber de sus antigüedades sino poco, confuso, sin orden y revuelto con muchas fábulas y errores.

¿Qué caso se deberá pues hacer de los indios testigos, de los cuales por ser puntualmente los más ancianos, se hace e hizo tanto caudal en informaciones y tanto pendolea el entusiasmadísimo jesuita Florencia?

Éste escribió después del año de 1666, suma, extracta y pondera las informaciones y los dictámenes así de los pintores visionarios a cerca de lo sobre natural de la pintura, como los protomédicos aún más visionarios sobre el milagro de la conservación de la pintura.

Cuenta también en detalle las riquezas del santuario.

En medio de sus exageraciones, en que todo amontona a roso y velloso, y sólo han hecho el más copioso y más famoso, no cita ningún documento nuevo; sólo avisa que tenía una relación en castellano de don Fernando de Alba Ixtlixohtl que dice vivía por los años de 1648, y el manuscrito mexicano, que según lo ajado debía ser muy antiguo, el cual le dijo el padre Betancourt que debía ser del padre Mendieta.

Añade la especie de que, según había dicho a alguna persona Becerra Tanco, no fue la aparición donde es ahora el palacio episcopal, porque Zumárraga vivía entonces en la calle del Reloj.

Pero de los aprobantes de la obra de Florencia tenemos mucho que aprovechar para lo que intento probar.

El 1' fue el canónigo de México Siles, famoso apasionado de Nuestra Señora de Guadalupe, a cuyo celo se deben las informaciones de 1666, pues fue hasta Cuautitlán en busca de testigos.

Este testigo, para nuestro caso tan abonado, protesta en su aprobación que no se atreverá a asegurar que era conocida antes la tradición en cuestión.

¡Cuánto trabajo le costaría hallar testigos! o por mejor decir, ¿puede llamarse tradición la que no era conocida?

El 2' aprobante fue el licenciado Maldonado, oidor de la Real Audiencia de México, el cual dice que le ha sucedido a la tradición de Guadalupe lo mismo que a Flavio Dextro, desconocido de la antigüedad, y hoy resucitado con anotaciones.

Es así pues que por ese mismo desconocimiento de la antigüedad hoy convienen todos en que Flavio Dextro salió de la oficina de imposturas del jesuita Román de la Higuera; luego la tradición de Guadalupe, igualmente desconocida antes de los autores impresos, salió también de la oficina donde estos se imprimieron.

El tercer aprobante nos va a declarar bajo de juramento la fuente impura de donde bebieron estos autores.

Dicho aprobante fue el célebre don Carlos de Sigüenza, que en su aprobación nada dice particular; pero después de que Florencia añadió las dos especies citadas, de haber sido la aparición en el palacio hoy arzobispal, por no vivir allí Zumárraga, y la de tener el muy antiguo mexicano por autor al padre Mendieta, don Carlos de Sigüenza da sobre esto amargas quejas en el muy suyo que tengo ya citado en mi segunda carta sobre el Hospital de Jesús, el cual me dio el doctor don Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, abogado México, y hoy rector de su Universidad.

Prueba en él con documentos y órdenes reales que el obispo hizo el palacio actual y vivió en él antes de irse a España, y yéndose lo cedió al hospital de las bubas, que también hizo, llamado hoy el Amor de Dios, aunque no tuvo efecto la cesión por no haberla aceptado el rey, y luego sigue diciendo:

“Si fuere este lugar de quejas, las daría muy grandes...

No sólo no es dicho manuscrito del padre Mendieta, pero ni puede serlo, porque cuenta milagros y sucesos posteriores años a la muerte de aquel religioso.

Digo y juro que dicho manuscrito lo hallé entre los papeles de don Fernando de Alba, que tengo todos, y está de letra de don Valeriano, la cual conozco, que es su verdadero autor.

Y al fin añadidos algunos milagros de letra de don Fernando.

Lo que escribió don Fernando, fue una traducción parafrástica de dicha relación, y también está de su letra.”

Para que vuestra señoría desde ahora se haga cargo de lo que vale la paráfrasis, que fue la que imprimió Sánchez, le diré que habiendo sólo dicho el original, según advierte Florencia en su prólogo, que Juan Diego llevó al obispo varias flores, inochxochztl; Alba añade que fueron clavellinas y otra multitud de flores de diversos colores, que va especificando.

Todo eso es poético, como el manuscrito; ¿de dónde podía saber Alba, después de más de cien años, de qué flores se habían compuesto los mazos?

Añade otras cosas que dice averiguó por algunas pesquisas que hizo y puntualmente son las más falsas y disparatadas que hay en la historia.

Y a esto debió de aludir Tanco cuando dijo que era necesario atenerse al manuscrito porque los indios, entre quienes se hicieron tales pesquisas, no merecen crédito.

Sin embargo, Alba que era descendiente por línea varonil de los reyes de Tezcuco, escribió la historia de los Teochichimecas y otras obras apreciables, que pueden verse en la biblioteca mexicana de Eguiara.

De don Valeriano, indio natural de Azcatpozalco, que fue gobernador de los indios en la parte de México llamada antiguamente Tenochtitlán y hoy barrio de San Juan, ya di noticia en mi segunda carta, diciendo que fue catedrático en el Colegio de Santiago Tlaltelolco como uno de los religiosos, y como tal enterrado sobre sus hombros; que el padre Torquemada cuenta en su tomo 3' que asistió a la muerte; y recibió antes en legado varios de sus manuscritos, dignos de su ingenio.

Boturini dice que el padre Betancourt trae una carta suya latina, y que por ella se conoce el pulido talento de su autor.

Ahora veamos la época de su manuscrito guadalupano.

Dice Sigüenza que trae milagros y sucesos posteriores años a la muerte del padre Mendieta.

Es así que este religioso murió el año de 1605, como consta de Torquemada en su vida.

Luego es posterior todavía en años.

No pueden estos pasar del año de 1612, porque ese año acabó de escribir el padre Torquemada, que dice asistió a su muerte.

Luego el manuscrito será de hacia los años 1640, o 42; posterior por lo mismo a la época de la aparición unos 80 u 82 años, y no consta que su autor llegase siquiera a los 70 de vida.

Conque por sólo esta razón ya no merece crédito alguno, según la regla que establecí al principio de la segunda carta, de acuerdo común de los sabios sobre la antigüedad que debe tener un manuscrito o monumento para servir de legíitimo apoyo a una tradición popular.

Ahora debería seguir probando que también es indigno de fe, por estar lleno de anacronismos etcétera.

Pero este es un asunto largo que necesita para si sólo una carta; y así terminaré esta con la noticia bibliográfica de los autores guadalupanos, que prometí en la nota, y que viene aquí muy apropósito acabando de citar casi todos los principales.

Hay una colección de los que se estiman por tales, y otros documentos relativos, impresa en Madrid en 2 tomos 4', pocos años hace, a costa de los dos hermanos Torres canónigos de México, quienes añadieron algunas notas y prólogos.

Como la obra de Sánchez, primer historiador guadalupano, impreso es un tomo en folio lleno de paja, como está dicho, no reimprimieron los canónigos sino la relación neta que extrajo de ella un jesuita ya citado.

Pero reimprimieron sus novenas mellizas de las imágenes de Guadalupe y Remedios, en las cuales está también gerundialmente entretejida la historia de ambas.

Tengo advertido que en todas sus obras no da Sánchez otra garante que los papeles de un indio bastantes a la verdad, dice, y se deja la prueba de esa suficiencia en el tintero.

Por lo cual dice Bartolache que en lugar de discursos predicables, en que se absortó, hubiera hecho mejor de citar algún buen documento.

No imprimieron los canónigos la relación de Lazo, a lo que creo, por inútil, así porque allá en México son muy raros los que saben mexicano fuera de los indios, como porque este autor por su ignorancia testificada de la aparición no le da autoridad alguna; y así aunque vivía cuando las informaciones de 1666, no se le llamó para testigo en ellas.

Pero está en la colección el opúsculo de Becerra Tanco, de quien dice Florencia que él solo vale por muchos testigos; y Bartolache dice que es el principal autor por su conocimiento del idioma, su juicio y solidez.

Tengo dicho que todo su apoyo es el manuscrito mexicano que traduce, y con él prueba que la imagen ya estaba pintada cuando se llevó al obispo.

Son dignas de notar sus palabras.

“Es de advertir que no dice la tradición que la imagen se pintó al desplegar la manta el indio delante del obispo; sino que se vido entonces y no antes; y por estar ya pintada la imagen, le mandó la Virgen a Juan Diego que no mostrase a nadie lo que llevaba antes que al señor obispo.

Decir que se pintó delante de él con flores, es añadidura posterior, con que algunos han querido hacer mayor el milagro.”

¿Cuándo pues o dónde se pintó? El discurre que sería en el cerrillo, por algún ángel, con los colores que tendría preparados algún pintor, siguiendo el angélico las inflexiones que hacía la sombra de la Virgen en la capa del indio, cuando estaba ante él que le mostraba en ella las flores que acababa de cortar.

Lo supone para esto con la espalda al cerrillo, de donde bajaba con ellas, y teniendo terciada su capa, que como mexicano era de tres lienzos o piernas, sobre el hombro derecho, como ellos acostumbraban cuando cogen algo en ella.

La Virgen estaba ante él, con la espalda al nordeste, de manera que dándole el sol naciente al soslayo sobre el hombro derecho, arrojaba su sombra hacia el derecho del indio, y quedó estampada sobre el lienzo y medio de la capa, que aquel lado tenía el indio delante.

Esta poesía sirve a Becerra para cubrir algunos defectos de pintura en la imagen; y la falta de garbo en el ropaje.

Pero cae todo lo imaginado con sólo notar que es falsa la suposición en que estriba pues no es lienzo y medio el de la imagen, sino dos iguales con sola la diferencia de dos dedos como advirtió Bartolache, dando escrupulosamente las dimensiones de todo.

Otra idea de este autor es que la aparición no fue el día 12 de diciembre, sino el 22 porque suponiendo el muy anterior a la corrección gregoriana hecha el año 1586, en que se suprimieron diez días, el 12 de hoy corresponde a 22 de entonces.

Y hace sobre esto misterio de que fuese a otro día del apóstol Santo Tomás quien lo fue de este reino, de lo que dice vio pintura y tradición, que no podía equivocarse con otro del apostolado, por haberse conservado el apellido (nombre debía decir) Dydimus.

Eso significa en mexicano cohuatl; y así el Santo Tomás que Becerra dice, es el célebre Quetzalcóhuatl de los indios.

Ya hemos visto que el manuscrito es posterior a la corrección gregoriana; y más bien creyera yo que don Valeriano rebajó los diez días, habiendo sido en 22 de diciembre la aparición que contaba Juan Diego.

La colección matritense trae también la historia, ya citada, del exagerativo visionario padre Florencia.

Vaya un ejemplo.

En una de la inspecciones de la imagen vio que por el envés había colores que no se veían por el haz; y aun que no los veían otros, se persuade que sucederá con la imagen por el envés lo que le sucedió por el haz, al padre Aranguren dominico ignorante, que fue uno de los testigos de 1666 y asegura que en 60 años nunca vio a la imagen de una misma manera.

Ya se ve, su vista iba menguando; pero la Virgen no había de estar haciendo el camaleón 60 años por el haz, luego por el envés, sólo para que la vieran un fraile mentecato y un jesuita crédulo.

Dios no echa fuera el brazo de su poder, trastornando las leyes que dio a la naturaleza, sino por motivos tan graves como la obra que hace Bartolache dice que la imagen no tiene otra imprimación que el cuerpo mismo de los colores, y que estos están resudados por el envés.

No estando distribuidos, deben presentar diversas superficies a la luz, y ese es el misterio.

Hay que notar que este padre se queja de los incrédulos de la tradición; lo que es bueno decir, porque los guadalupanos se jactan de que nadie ha impugnado la tradición de Guadalupe; como si la posesión pacífica fuese un título contra los derechos imprescriptibles de la verdad.

La tradición sin ella, decía San Cipriano, no es más que un error viejo.

Una cosa es que nadie sin vocación al martirio se atreva a arrostrar públicamente una tradición popular piadosa, y otra que se le haya siempre creído.

El arzobispo trasladó a su pastoral algunas exageraciones de las más disparatadas de Florencia, como si fuesen de un oráculo.

Hablaré de ellas adelante; pero como llama en él autores gravísimos a los folleteros guadalupanos, quiero advertir aquí que el gravísimo Florencia, tan acreditado, enseña expresamente la idolatría.

Vuestra señoría sabe muy bien que el Concilio de Trento manda a los obispos y curas enseñen al pueblo que no asiste o hay en las imágenes divinidad o virtud alguna, por la cual se les deba el culto, y que tampoco se debe poner en ellas confianza, como los gentiles la ponían en sus ídolos.

Pero Florencia alega como de un San Amedeo una autoridad latina, según la cual la Virgen al morir les dijo a los apóstoles: Aunque me voy me quedo con vosotros en mis imágenes, así de pintura como de talla, y principalmente donde viereis hacerse milagros; praccipue ubi miracula fieri videbitis.

De que infiere el jesuita que haciéndose más milagros en los santuarios de Guadalupe y Remedios, en ellos esta más presente y se debe mayor confianza.

Prescindo del desatino de haber quedado desde entonces imágenes, y mucho menos de talla.

La mayor parte de los cristianos eran entonces judíos, que detestaban toda imagen más que la sangre y los animales sofocados, como contraria al primer precepto del decálogo.

Hubiera sido inmenso su escándalo, si las hubiesen visto entre los cristianos gentiles, ni a estos podían permitirse, acabando de adorar los ídolos.

El modo mismo con que los padres impugnan estos, prueba que no las había, porque se les podría replicar con mucha fuerza.

Si hubiese habido imágenes de Cristo y de la Virgen desde aquel tiempo, supiéramos hoy de cierto su fisonomía.

Más fuera del error histórico, no hay por donde excusar de idolatría toda la demás doctrina de Florencia.

No me escandaliza menos la doctrina que veo dar a otros, de que Dios se complace en hacer más milagros delante de esta imagen que de la otra, y por eso concurren con mayor confianza y devoción, como si Dios fuese capaz de prendarse más de unas rayas de pincel, o de las labores de un palo, que de otro; o de querer que sus adoradores en la nueva ley le adoren más bien en Jerusalén, que en Garizin.

Si el rey despachase mejor los memoriales que se presentasen ante él o su retrato vestido con el hábito del toison que con el manto real, diríamos que estaba loco ¿cómo hemos de atribuir a Dios ese delirio? El mismo daría entonces ocasión a la idolatría.

Se hacen en unos santuarios más milagros que en otros, porque se ora con más fervor, dice Muratori en su devoción arreglada, por Benedicto XIV como el verdadero espíritu de la Iglesia.

Pero dejemos a Florencia, sólo bueno para saber las informaciones de 1666, y los dictámenes de médicos y pintores de aquel tiempo que causan compasión.

Más razonable es un opusculito, impreso en la colección, del famoso pintor Cabrera, que con ocasión de las inspecciones que hizo en la imagen para sacar una copia que enviar a Benedicto XIV con el padre López, jesuita encargado de procurar el rezo, sacó también el dibujo de Nuestra Señora, por cuyo defecto hasta entonces no se había pintado bien; y escribió dicha obrita para responder a los defectos de pintura que siempre se han notado en la imagen.

Dice Bartolache que satisfizo tal cual, que en su modo cortesano de decir quiere decir que no satisfizo.

Agregaron en Madrid a la colección la relación de un ciego demandante.

Existía allí un benditísimo clérigo llamado don Teobaldo, que viendo la miseria que en la Corte pasaban los americanos, pensó en fundarles un hospicio con una congregación que los sostuviese, de Nuestra Señora de Guadalupe, en San Felipe el Real.

Para esto escribió su relación, amontonando todas las especies milagrosamente brillantes que él pudo recoger; con las cuales hiriendo la imaginación de los americanos existentes en la patria, les hiciese exprimir las bolsas para la fundación.

La imagen, según él, se pintó con rosas de Alejandría (que en México llaman de castilla), las cuales al caer delante del obispo, quedaron en la manta o ayate del indio, prendidas de los pies, formando así con lo verde de las hojas el manto, y con el capullo la túnica de Nuestra Señora.

Cuando se iba a edificar el actual templo, se apareció una cantera color de rosa, con que se edificó, y desapareció el día que se concluyó, sin sobrar ni una piedra, No es menos impiedad dejar de creer los milagros verdaderos que fingirlos.

Lo más chistoso es cuando emprendió extender la devoción guadalupana por toda la Europa.

A este fin escribió un triduo, impreso también en la relación, en el cual introdujo la historia de la aparición, y lo repartió en Madrid a los religiosos de San Francisco, que habían concurrido a capítulo general, suplicándoles extendiesen en sus respectivos países la devoción.

¿Qué habían de responder los religiosos a semejante demanda, sino que lo procurarían?

Y como si esta cortesía probase el hecho, y que en efecto la devoción cundió en todos los países de los frailes, contó las tierras de donde habían concurrido, y sin más ni más afirmó que en todas ellas era conocida y venerada con devoción la Virgen de Guadalupe.

De allí lo tomó a la letra el arzobispo para su edicto; asegurándolo de toda la Europa, sin hacerse cargo que en ella está la Turquía europea, y 70 millones de protestantes que detestan a las imágenes como ídolos.

Si en manos de ellos cayese la pastoral de nuestro arzobispo, ved, dirían sus ministros, cómo los obispos católicos engañan a sus pueblos, y cómo a fuerza de imposturas se mantiene el culto católico.

Vuestra señoría estará estampado de la ligereza de Haro; pero proviene de lo que antes tengo dicho, que lo impreso con las licencias necesarias, aunque anónimo, como está la relación del clérigo, se cree infalible en México; y así los canónigos censores de mi sermón, temiendo aventurar contra mis pruebas la censura que deseaban dar en obsequio de su prelado, me hicieron preguntar jurídicamente si las que tenía eran autores impresos; como si no valiesen más los manuscritos de que aquellos son copias.

Contiene por último la colección el Breve de Benedicto XIV, con el oficio que concedió de Nuestra Señora de Guadalupe, y un librillo traducido del italiano, en que lo escribió Anastasio Nicoselli, y que suplió por las actas o informaciones de 1666, que se habían perdido en Roma.

Dicen los canónigos editores que debió de ser en poder del agente, a quien se enviaron en el siglo XVII.

Buscólas inútilmente en la congregación de ritos el padre López, cuando fue en este siglo a procurar el rezo; y ya había desesperado de conseguirlo, cuando encontró con el librito de Nicoselli, que es traducción de la relación latina que se envió de México con las informaciones, y contenía su sustancia histórica.

Lo imprimió Nicoselli dedicándolo al maestro del sacro palacio Capisuchi, con quien atestigua haberse presentado las informaciones ante la congregación de ritos.

Con el mismo Nicoselli probó el padre López lo mismo, y consiguió el rezo.

Pero erró manifiestamente el arzobispo de México, cuando asegura en su edicto que las actas fueron examinadas dos veces por la congregación de ritos, En esta vez no existían, y en la primera consta que se presentaron, pero no que se examinaron.

Constaría la sesión del examen en los registros de la congregación, y no hubiera el padre López recurrido al librito de Nicoselli; teniendo una prueba auténtica dentro de la misma congregación.

En dicha relación, traducida por Nicoselli, se hace consistir el milagro de la pintura en lo tosco, ralo y agujerado del lienzo de la imagen, incapaz humanamente de pintarse en él sin imprimación.

Sobre lo cual asegura Bartolache que en toda verdad no hay media palabra de verdad en toda la media página del informe sobre el particular.

Tengo observado (anota) que todos los autores guadalupanos antiguos pusieron sin más ni más lo principal del milagro en esa desproporción del lienzo tosco para la pintura.

Pero repito que no hay tal cosa, y a los que lo duden les diré con confianza venite et videte opera cuae ego facio.

No hay menos falsedad en las preces que incluye el Breve de Benedicto XIV sobre el rezo.

Ya dije corno se le aseguró que había habido informaciones contemporáneas al milagro: estitisse compertum est.

También se le informó que Juan Diego y su tío se fueron a vivir desde la aparición a la ermita devotamente: indus et ejus patrum perstiterunt usque ad mortum; Con todo, Florencia asegura con testimonio de Alba, el cual hizo pesquisas sobre esto, que sólo Juan Diego vino a la ermita y el tío se quedó a cuidar de las haciendas de ambos que serían las ovejas de que aquel era pastor, según el virrey Enríquez.

Así en el rezo tampoco se hizo mención para nada de la aparición de la Virgen a dicho tío Juan Bernardino, siendo una parte tan integrante, como que él fue a quien la Virgen reveló el nombre de Guadalupe, que quería se diese a su imagen, y su testimonio puesto al de Juan Diego formaría quizá uno suficiente del milagro.

Tampoco expresó el rezo que estuviese pintada la imagen en la capa de Juan Diego, aunque así se le informó en las preces: in codem linteolo; y en las actas se le había hecho consistir el milagro de la pintura en la incapacidad de tal capa para recibirla naturalmente.

Pero ni por una alusión la tocó el oficio.

Ya se ve que tampoco admitió el milagro de la pintura: mirabiliter picta, como dice de la imagen, no es miraculose picta.

Parece que la congregación de ritos iba sobre espinas; y a Benedicto XIV, aún no habiendo dado a la aparición sino una aprobación hipotética, del más ínfimo rango (fertur, dicitur; cuentan, dicen), que para nada compromete, sino que deja la tradición in statu quo, todavía le pareció haber concedido demasiado.

El canónigo Uribe asegura que el mismo padre López le contó que habiendo solicitado se hiciese también mención de la aparición en la oración del oficio, Benedicto XIV negándolo, respondió: Demasiado he hecho ya por los mexicanos.

Uribe lo refiere como para aturrullarme, y él era quien se cortaba el pescuezo por su ignorancia litúrgica.

Gravina, teólogo de primer voto en la materia, después de decir que no se necesita mucho para permitir una mención, especialmente hipotética, en las lecciones del 2° nocturno, añade que para hacerla en la oración, donde hablando en faz con Dios se le alega la cosa por razón de concedernos lo que se le pide, es menester se tenga toda la certeza que racionalmente quepa en la materia.

La negativa pues de Benedicto XIV a permitir la mención de Guadalupe en la oración, no le aumenta la autoridad, se la rebaja muchísimo.

Y con esto sólo bastaba para derribar la censura general que Uribe (pues él fue el principal autor de ella) dio contra mi sermón.

Ya dije desde mi primera carta que toda consistió en decir que pues la tradición del pilar y la de Guadalupe eran iguales, se podía aplicar a la negativa de ésta la que se dio de aquélla contra el doctor Ferreras en una real orden.

Pero no eran en juicio del papa tan iguales, pues la de Guadalupe sólo se dijo en las lecciones, fertur, dicitur; y de la del Pilar pia et antigua traditio fert.

Esto lo digo arguyendo ad hominem; pues ni yo negué la tradición de Guadalupe, ni el doctor Ferraras había dicho sino que se desearían mejores pruebas sobre la del Pilar.

La censura contra él fue política, para calmar el tumulto de Zaragoza, donde lo quemaron en estatua; la censura contra mí se dio para servir al arzobispo, que alborotó al pueblo, levantándome un falso testimonio para motivarme un proceso por envidia.

Por lo demás el mismo Benedicto XIV de Canonice Storum, niega expresamente la tradición del Pilar, y objetándose el rezo, responde que aprobaciones hipotéticas no deben detener a ningún teólogo.

Prosiguiendo con la bibliografía guadalupana, vuestra señoría tiene la historia manuscrito de Guadalupe por Veytia, que teniendo todos los materiales de Boturini, habrá apurado cuanto había hasta su tiempo en favor de Guadalupe.

Vuestra señoría conoce también a Cabrera Escudo de armas de México donde escribió mucho de Guadalupe cuando se trataba de pedir su patronato para toda la Nueva España.

A pesar de los defectos intolerables del estilo alambicado, propio de su tiempo, trae muy buenas noticias, aunque por habérsele escapado algunas verdades en país de contrabando, está prohibido por el gobierno de México.

Ya se supone que el jesuita Oviedo había de insertarla en su colección de imágenes milagrosas del reino; pero nada trae de particular.

Poemás castellanos y latinos hay muchos, y hasta el jesuita Labbe fue a salir con esto en su bello poema de Deo, Deoque homine.

En castellano son estimadas unas octavas del jesuita Anaya, el cual dice que no se sabe cuándo ni cómo se pintó la imagen.

Hay también un poemita latino, todo entero de Guadalupe, de un buen viejo jesuita, que lo imprimió en Italia, y llamó la atención de Bartolache, porque en una nota dice que Zumárraga escribió de nuestra imagen al capítulo general de su orden.

Cita a Betancourt, y Bartolache corrió a verificar la cita inútilmente.

Si ya que se puso a impugnar a Torquemada, lo hubiese leído, hubiera hallado en el tomo 3° la carta de Zumárraga al capítulo general de su orden, y hubiera visto por la fecha muy anterior que no pudo hablar de la aparición.

Bien se conoce en la carta la ligereza de un obispo creyente de brujas, ni merece crédito en lo que cuenta de los indios, pues ni sabía su lengua, ni la sabían los misioneros entonces.

Creyó a los conquistadores sus enemigos y calumniadores; y por más que se admire Clavijero de que en esto no le diese fe su amigo Casas, hizo muy bien de no apreciar estos informes.

Sólo nos queda que hablar del mismo famoso Bartolache.

Después de un largo estudio, como él cuenta, de papeles guadalupanos, trajo a su casa sin perdonar a gasto alguno los indios más hábiles hilanderos y tejedores de lienzos indígenas de hilo de maguey y de la palma iczotl, y presidió su trabajo durante un año entero para examinar a fondo la clase y calidad del lienzo guadalupano.

Hizo de la imagen largas y cuidadosas inspecciones, repetidas a diferentes horas del día, en compañía de los pintores más hábiles, a quienes, la imagen a la vista hizo interrogatorios ante escribanos públicos para averiguar todo lo perteneciente a la pintura.

En consecuencia mal debía de hablar, pues corrió la voz de que escribía contra la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe.

Al cabo salió con un opusculito intitulado: “Manifiesto satisfactorio”, nombrándole, dice, así porque era para satisfacer a los muchos que en México niegan o dudan de la tradición, y puntual a la falsa voz que había corrido.

Pero parieron las montañas un ratón, y la obra de ninguna manera correspondió a la expectación pública, ni al crédito de su autor; sus más apasionados atribuían el déficit al sobrado uso de la copa en sus últimos años.

Yo lo que pienso es que quedó convencido de la falsedad, y no atreviéndose a manifestarla propter timoren populi, la embrolló la disfrazó de manera que los canónigos de Guadalupe, cuyas cabezas no eran muy finas, aceptaron la dedicatoria de la refutación como de una apología.

Él no deja de insinuar y aun revelar las dificultades contra la tradición, pero al soslayo, como quien dice otra cosa; se propone a las claras algunos argumentos, no de los más fuertes, ni en todo el aparato de su fuerza; y sólo da respuestas evasivas o aparentes; deja escapar una porción de verdades, y las solapa con alguna notilla, o un modo de desmentir tan cortesano, que ni se siente; se deja caer en consideraciones groseras, y no se le da nada; destruye todos los fundamentos de la tradición, la prueba miserablemente, o por mejor decir, no la prueba, pues la que da por prueba, ya la había destruido en otra parte; parece querer que la posteridad le adivine, le disculpe y haga justicia.

No es posible aquí seguirle en todo con la pluma.

Diré algo sobre lo más notable.

Ya advertí antes como para eludir la autoridad de Torquemada, intenta desacreditarle, notándole de credulidad y poca crítica en la aparición de un difunto que refiere, y creído cogerle en algunas pocas contradicciones.

Esto es lo más miserable del manifiesto.

Fácil me era vindicar la crítica de Torquemada sobre el muerto; pero me dilataría fuera de propósito, porque el argumento como ya dije, es contra producentem.

Las contradicciones se reducen a que Torquemada cuenta que conoció a Bernal Díaz en Guatemala, y le pareció hombre de verdad; como si esto se opusiera a no haber referido la aparición de Guadalupe, que Díaz tampoco cuenta.

Otra contradicción es que Torquemada dice que la historia de Sahagún se envió a España, y no sabe qué se hizo, cuando él era responsable de ella, pues dice el padre Betancourt que estuvo en sus manos.

Dado caso que por esto fuese responsable, lo sería en América, y nada se opone a ignorar su paradero después que se envió a España para ser impresa.

Otra contradicción; Torquemada dice que escribió su Monarquía de orden de su general, cuya patente, que él trae, es de 1609; y consta que ya antes escribía.

Seguramente dice que trabajaba en ella más de veinte años antes; pero tampoco dijo en su prólogo, como Bartolache le levanta, que la escribió de orden de su general, sino que la perfeccionó y acabó.

Y en efecto se ve que desde ese año hasta el doce observaba, revisaba y anotaba más.

La última contradicción es que se hallaba escribiendo en un año, y en el mismo capítulo cita dos o tres años muy distantes como actuales.

Toda la obra esta así, porque el mismo Torquemada advierte que revisando su obra en los últimos años, añadía y anotaba en diferentes lugares lo que había observado o le ocurría de nuevo sobre las materias correspondientes.

Vergüenza dan semejantes puerilidades con que se intenta desacreditar a un escritor tan justamente célebre.

Su obra es el mejor y más auténtico depósito de hechos que tenemos impreso.

Sobre la pintura milagrosa de la imagen destruyó Bartolache jurídicamente todos los fundamentos, testificando pintores y escribanos que el lienzo de la imagen es de la planta iczotl tan suave como el algodón, fino y bien tejido; y tanto que dice Bartolache no pudo igualarlo con todo su esmero y diligencia.

Otra persona (fue Zamorátegui) dice, que consiguió tejer otro lienzo más fino que el suyo, y en él se pintó la imagen pelo a pelo y sin imprimación alguna para ponerla en la iglesia del Pocito, y observar el deterioro que seguramente tendrá, aunque se puso con vidriera, que la original de Guadalupe no tuvo desde el principio.

El deterioro no probará nada porque nuestros colores no son indelebles, lo eran los de los indios, como testifican Torquemada y Clavijero, y lo vemos en sus manuscritos jeroglíficos con colores hasta hoy vivísimos desde la conquista o antes, aunque han andado rodando por todas partes.

A más de que dicen los canónigos mis censores en su dictamen que ya el milagro de la conservación no subsiste; que los colores de la imagen de Guadalupe están ya todos saltados, y el lienzo sagrado no poco lastimado.

En orden a la iglesia del Pocito es de notar que la han hecho teniendo aquel pocito de agua termal por milagroso, según las ponderaciones de Florencia, y nacido bajo los pies de la Virgen cuando estuvo por allí aguardando a Juan Diego mientras cortaba las flores.

Este es un cuento, añadido contra la fe de Sánchez primer historiador guadalupano, que según el extracto que imprimió un jesuita, ya lo supone existente al tiempo de la aparición.

Ciertamente no era menester milagro para tal agua en tal terreno, pues a la vista están los baños termales del peñón del marqués; y abriendo los cimientos de la iglesia del Pocito en mi tiempo, se descubrió un pozo de vitriolo, que se tapó porque luego comenzaron a esparcirse botellas por toda nuestra América como de aceite milagroso.

Pero volviendo al caso del lienzo y pintura de la imagen, si el lienzo es tan fino, y en el de Zamorátegui pintaron una copia nuestros pintores pelo a pelo y sin imprimación alguna, ¿en qué consiste el milagro de la pintura principal? En que ya habían declarado los pintores desde que hicieron inspecciones con Bartolache, que los colores que llevaron en una paleta convenían en el colorido y temple, pero en la sustancia no.

Esto no prueba nada.

Cada nación suele tener ingredientes particulares, como en la China y la India.

Los antiguos no conocían la pintura al óleo, ni al pastel, ni nosotros su incausto.

Sólo el príncipe de San Severo en Nápoles inventó una porción de colores extraordinarios y varios géneros de pintura nuevos. Los indios mexicanos dice Torquemada, pintaban con jugos de yerbas y flores, que ocultaron después de su conquista, como su modo de vaciar metales, y sólo sabemos que sus colores eran indelebles, ignorando su sustancia y manipulaciones.

Pero la prueba de que Bartolache sólo tiraba a fascinar el pueblo para evitar su odio es, que después de haber destruido con la mayor precisión lo milagroso de la pintura, terminó su opúsculo preguntando a los pintores si tenían la imagen por aparecida, o su pintura por milagrosa.

Quería que le respondieran que sí para cubrirse él y ellos, pues siendo tan precisivo no les preguntó si la tenían por milagrosa en razón de los principios de su arte, única cosa que hacía al caso, o en virtud de la tradición. Hoc opus.

En confianza se explicaban aquellos pintores muy de otra manera.

Y acaba de confirmar en todo esto la superchería el silencio que se guardó por todos sobre la ruina de la imagen hasta que ahora en el dictamen de Uribe, que intervino entre los inspectores de Bartolache, vemos que la imagen ya no se conserva, sino que todos los colores están saltados, y todo el lienzo no poco lastimado.

Y después de todo ¿qué pruebas da Bartolache de la verdad de la aparición?

Distingue con Santo Tomás tres clases de milagros: unos que exceden absolutamente las fuerzas de la naturaleza; otros en tales y tales circunstancias, y otros en el modo, como una repentina sanidad en una enfermedad curable por el arte.

Dice que los antiguos pintores pusieron el milagro de la aparición en la segunda clase, creyendo que la pintura de la imagen era sobre natural por la incapacidad del lienzo.

Pero anota que eso debió de provenir de la concurrencia de personas de alto carácter que impiden las observaciones en lo meramente facultativo, porque las suyas fueran hechas por sus pintores a solas, repetidas, y a las horas más a propósito.

Resuelve que la aparición es milagro de tercera clase, por lo repentino etcétera.

Pero esto no se puede probar con la pintura.

¿Con qué lo prueba?

Con las informaciones de 1666 que se quedaron en el archivo de la Catedral, y aun un canónigo se las ofreció si quería verlas.

Bendito de Dios, si según tú mismo no se pudieron hacer informaciones por Zumárraga, porque todo había pasado entre la Virgen y Juan Diego, y éste no merecía crédito por rudo, neófito e interesado, ¿cómo se pudieron hacer a los 156 años después?

¿O qué deben valer testigos de oídas, cuando toda la fama no pudo provenir sino de haberlo contado aquel indigno de fe?

Lo peor es que tampoco pudo constar lo repentino de la pintura por testimonio del obispo u otro, porque Bartolache adopta la opinión de Becerra Tanco, conforme al manuscrito original, di que estaba ya pintada la imagen cuando se llevó al obispo, pues desentendiéndose enteramente de las flores, cuya fragilidad debió de conocer para servir de credenciales, dice que la Virgen dio por tales al indio su imagen.

Pero estas credenciales padecen el mismo defecto para el caso, que las flores, pues como está para constar que eran del cerrillo y aparecidas necesitaban otro milagro, así también la pintura necesitaba de otro que comprobase haber se hecho de repente.

Por otra parte no había pintores cristianos para calificar la pintura en sí de milagrosa, ni lo es según los pintores de Bartolache.

No hay duda que las credenciales eran excelentes y dignas de la madre del Omnipotente.

Sí, como dije al principio, Bartolache no escribió este opúsculo para alucinar al pueblo sobre su verdadera opinión, o era un tonto o había perdido el juicio.

He oído que el célebre astrónomo mexicano Gama está escribiendo o ha escrito sobre la tradición de Guadalupe.

Este es un hombre de un juicio sólido y versado en antigüedades mexicanas.

Pero temo que faltándole la clave de este negocio, que ministra el informe del virrey Enríquez, toda mención de aparición de la Virgen la ha de tomar por aparición de la imagen.

Este es el resbaladero.

Adiós, señor, hasta otro correo, etcétera.

Fuente:

J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. Seis tomos. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007. Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Notas de J. E. Hernández y Dávalos:

Nota 1.

Capmany en su disertación sobre el gálico cita un párrafo de la historia de Sahagún, la cual dice existe en la biblioteca privada del rey, y es una de las dos copias en limpio que se enviaron de México a España.

No sé si será la misma de Muñoz, porque a la muerte de este en 1798 se llevaron todos sus papeles a la Secretaría de Gracia y Justicia de Indias, y de allí pudo pasar a la biblioteca privada de su majestad.

Lo cierto es que durante el gobierno de José Napoleón, el ministro Caballero subió a la de ésta los mejores papeles de dicha secretaría, y allí estará todo lo de Muñoz.

Dejó Muñoz en limpio medio tomo más de la historia del Nuevo Mundo, y dos tomos 4ª de documentos y disertaciones concernientes al tomo de la historia del Nuevo Mundo que dio a luz.

Sobre todo para saber el paradero de muchos manuscritos de Indias, se ha de leer su viaje literario en busca de ellos por España, que está en borradores.

Todo lo que había en Simancas tocante a ellas, y él separó para el Archivo de Indias de Sevilla, se llevó a este por orden de José Napoleón.

No sé si llevaría lo que separó también en los colegios mayores de Salamanca, y se dio orden para llevarlo a Sevilla.

Muñoz había dejado copia de la obra de Sahagún en San Francisco de Tolosa, obra que él creía superior a cuanto se ha escrito de nuestra América, pero se quemaría con aquel convento, reducido a cenizas en la guerra de los franceses.

Muchísimos manuscritos habían llevado de México los jesuitas a su colegio de San Isidro de Madrid; pero el bibliotecario que estaba, los regaló al intendente de marina don Juan Antonio Enríquez: que publicó en Madrid una lista.

Pueden hallarse en poder de sus hermanos en Sevilla.

Nota 2.—

Como vuestra señoría me dice que falta a su disertación la última mano, la cual dará cuando la Academia lo pida para la impresión decretada, me tomo la libertad de anotar algo, no sea que los contrarios intenten desacreditarlo por cosas insubstanciales.

Vuestra señoría toma de Boturini la traducción del apuntito que cita en favor de Guadalupe; y como tradujo teopizquin por párroco, vuestra señoría exclama que hasta este siglo no hubo parroquia en Guadalupe.

Ya he dicho que teopizquin a la letra es ministro de Dios o sacerdote.

Es verdad que el argumento de vuestra señoría siempre vale, porque según el virrey no hubo hasta su tiempo sacerdotes en Guadalupe; pero lo advierto para la mayor exactitud.

Vuestra señoría trae un párrafo atribuido por los guadalupanos Sahagún en que contándose de un torbellino con fuego que durante el sitio de México, dice, que partió de hacia Guadalupe, nota vuestra señoría que esto se ha ido añadiendo al párrafo de Sahagún que no mienta tal Guadalupe, y conjetura que así se ha ido añadiendo en la materia.

El párrafo, señor es legítimo de Sahagún; no de su obra en limpio que vuestra señoría tiene, sino de sus borradores, que poseía el padre Torquemada, como él lo dice, y de ellos lo pone a la letra en su tomo I, hablando del sitio de México.

También al tiempo que se hicieron las informaciones de Guadalupe, un clérigo presentó con juramento un cuaderno que tenía de Sahagún, y allí se halla el párroco como puede verse en el padre Florencia.

Así me parece necesario suprimir toda esta conjetura, que nada perjudica a la disertación en sus pruebas.

Conjetura vuestra señoría también que el manuscrito mexicano, fuente de la tradición, es de más moderna data, aunque parezca más antiguo, porque también se anticipan como se retardan las canas; que se imprima y él hablara; ¿por qué no se ha hecho? No hay ya necesidad de conjeturas ni sospechas, pues que yo he de decir a punto fijo el autor y la época del manuscrito.

Boturini también se quejó de que el padre Florencia no lo hubiese impreso, como había prometido.

Yo pienso que no lo hizo porque vería que era el mismo que había impreso el licenciado Lazo.

Parece que vuestra señoría ha tenido presentes para su disertación la historia manuscrita de Veytia sobre Guadalupe, y a Cabrera.

"Escudo de armas de México."

Yo terminaré esta carta con una nota bibliográfica de los autores guadalupanos.

He leído la mención honorífica que el presbítero Villanueva hace de la disertación de vuestra señoría en los santos de España el día 12 de diciembre.
 ©2012-paginasmexicanas®

1 comentario:

  1. Wow creo que es la investigacion mas clara sobre esta falsa reina que ciega en mayor parte a la poblacion de nuestro pais gracias por su trabajo.

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