martes, 21 de marzo de 2017

Benito Juárez, el derecho a la razón - Por Alicia Mariscal Ortega




 Cada año, en familia, solíamos ir de vacaciones a la casa de los abuelos a un pintoresco pueblo en Jalisco de los ahora llamados “Pueblos Mágicos”; tenían una hermosa casa, que tal vez por mi corta edad me parecía demasiado grande, de la cual mis recuerdos aún permanecen.

  Mi abuela, maestra de profesión, (aunque ya no ejercía) era reconocida por su labor altruista, sobre todo en favor de los más humildes, fue una católica devota que acudía diariamente a la primera misa que se oficiaba apenas despertando el día.

  Una de esas mañanas, al regresar mi abuela de la iglesia, estaba visiblemente contrariada y molesta, le comentó a mi madre “El cura acaba de hacer una barbaridad, en plena misa gritó ¡ACABO DE TENER UNA REVELACIÓN!”  Según él, vio a Don Benito Juárez descender al infierno; cosa que a mí me impactó, yo tenía siete años y asistía al catecismo, y, entre otras cosas, nos explicaban que los buenos se van al cielo y los malos al infierno… aquel suceso nunca lo olvidé, entre el enojo de mi abuela, la historia que en la escuela me enseñaban de Don Benito Juárez, la “revelación” del cura y mis clases de catecismo me confundieron totalmente, por eso desde muy pequeña empecé a preguntar tratando de informarme sobre la vida y obra de Juárez.

  No me explico a qué oráculo habrá invocado aquel sacerdote, aunque obviamente sé del origen de ese radicalismo, siempre se ha sabido que una gran parte del clero tiene una animadversión exacerbada a la figura de Juárez y aún hoy en día lo siguen denostando.

  Benito Juárez fue hijo de campesinos pobres, siendo de un origen muy humilde, nacido en un pueblo que se integraba por apenas 20 familias (que en la pirámide social no se le podría establecer ni siquiera como un pueblo)…”Tuve la desgracia de no haber conocido a mis Padres, Marcelino Juárez y Brígida García, indios de la raza primitiva del país, porque apenas tenía yo tres años, habiendo quedado con mis hermanas María Josefa y Rosa al cuidado de nuestros abuelos paternos, Pedro Juárez y Justa López, indios también de la nación Zapoteca”… Estas palabras de Juárez las obtuve de los textos “Apuntes para mis hijos”; ya posteriormente investigué que su pequeña hermana María Alberta quedó bajo el cuidado de su tía Cecilia y a los pocos años mueren sus abuelos, quedando sólo Benito bajo la tutela de su tío Bernardino Juárez, que era campesino igualmente de condición muy pobre, estuvo dedicado a las labores del  campo; en específico, pastoreando ovejas. El joven, en su afán de educarse, marcha a pie desde el poblado donde radicaba con su tío hasta la ciudad de Oaxaca sin saber leer ni escribir y desconociendo el idioma español. Tenía sólo doce años de edad.



   Ya en la capital Oaxaqueña se refugia con su hermana Josefa donde ella servía de cocinera en la casa de una familia de clase alta, poco después conoce a quien sería su preceptor, Don Antonio Salanueva, miembro de la tercera orden de San Francisco. De entre tantos acontecimientos, circunstancias en algunos casos funestas e incomodas para su persona, Benito logra ingresar, con el apoyo de Salanueva, al seminario de la ciudad de Oaxaca, donde termina estudios de filosofía, teología y latín, en seguida ingresa a la carrera de Jurisprudencia en el instituto de Ciencias y Artes donde obtiene su título de abogado y es ahí que se refuerzan sus convicciones fervorosamente liberales que después lo impulsarían a luchar por la redención de su pueblo.  “Nada se consigue con la fuerza y si todo con el derecho y la razón” palabras que aun cimbran la conciencia humana y vertidas con la sencillez y sapiencia de un hombre íntegro, así hablaba Juárez; mencionaba de dar a cada quien su capacidad según sus obras y su educación, se declaró enemigo de las clases privilegiadas y de las preferencias injustas, definió al socialismo como la tendencia natural a mejorar la condición y el libre desarrollo de las facultades físicas y morales del hombre, separa la iglesia del estado y de la política (aquí es donde siempre imagino el rencor manifestado de aquel párroco que mencionó mi abuela), estableció las disposiciones sobre la libertad de culto y la supresión de las practicas bárbaras de tratar con intolerancia y considerar los pecados “eclesiásticos” como agravantes de delitos punibles…Todo esto aún continua vigente y más que normas o leyes muy bien establecidas, prevalece una perfecta medición de principios y valores para nuestra sociedad actual.

  Todo lo que logró Juárez y todo lo que intentó sin lograr estuvo fincado en una conducta personal honesta, austera y esforzada. Sabía admitir y recoger las opiniones contrarias a las suyas, pero fundadas en los principios básicos que alimentaban su vida moral, jamás claudicó a la injusticia social pero siempre acatando la protesta de la ley. Por eso cuando recuerdo los comentarios de mi abuela aquella mañana entiendo que ella sabía muy bien cuan lastimoso y desafortunado había sido el proceder del clérigo cuya finalidad era desvirtuar la figura de Juárez.

  Si bien es cierto que ya no sufrimos las agresiones como en la época de Juárez, si padecemos una dependencia y subordinación extranjera que resulta en una forma de dominio tan peligrosa como los ejércitos imperiales y tan funesta como las guerras fratricidas. Grupos interiores y del exterior pugnan por convertirnos en trágicas imitaciones y en traspatio de cultura; acometernos y sojuzgarnos impidiendo que realicemos la patria en las proporciones de la capacidad nacional y de nuestro designio trascendental.  Es por ello que cada vez que observo la mirada dulce pero triste de cada niño indígena de las sierras, de los campos, de los desiertos y de las ciudades en nuestro país, logro ver el rostro del hombre duro, pétreo e inmortal de Benito Juárez, porque como ese niño indígena que pastoreó ovejas y venció adversidades de discriminación y pobreza, así mismo demostró que ese “ingrediente indio” del alma puede ser factor decisivo para lograr todas las causas nobles posibles para la dignidad de nuestra historia pero también demostrarnos dolorosamente que México es un pueblo de necesidades.

Dedicado a mis nietos Karim, Gibran y Sdagia

Por Alicia Mariscal Ortega  

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